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Garibaldi: Héroe de dos mundos

Por: Octavio Oviedo

“En América yo serví –y serví sinceramente- a la causa de los pueblos; como fui también, adversario del absolutismo.” Garibaldi – Memorias.

Giuseppe Garibaldi “héroe de dos mundos” como mundialmente se consagró, fue uno de los más notables líderes del siglo XIX y probablemente el más famoso italiano que conoce la historia contemporánea; fue a su vez, una de las personalidades que más ha influido en la historia de Europa y de América, tanto por su excepcional carácter, sus ansias libertadoras y lógicamente, por sus preferencias ideológicas.  Nacido en Niza un 4 de julio de 1807, su padre Giovanni Domenico era marino y poseía un balandro con el que practicaba el cabotaje entre los puertos de la costa; este hecho determinante, explica que Garibaldi fuera esencialmente un hombre de la mar y como todos éstos, un amante nato de la libertad.

Garibaldi nació bajo el sigo del dominio napoleónico de las primeras horas. Más allá de sus anhelos despóticos, debe reconocérsele a Bonaparte, la facultad de ser el primer hombre que logró unificar toda la península itálica bajo un solo poder tras la caída del imperio romano; fue Napoleón a su vez, quien introdujo en los reinos itálicos las ideas revolucionarias francesas, fue uno de los grandes libertadores civiles y religiosos y entre otras cosas, incluso brindó a la península unidad legislativa.
Tras la derrota de Napoleón, ocurre lo que es conocido históricamente como “restauración”, que consiste fundamentalmente, en un nuevo reparto territorial entre los monarcas absolutos de Europa. Así, en el Congreso de Viena –bajo la batuta del canciller del Imperio, Metternich- en junio de 1815 se reorganizaron los territorios italianos, con la restauración de las antiguas dinastías. Austria recibió Venecia, Dalmacia y las fértiles llanuras de la margen occidental del Po. El reino de Cerdeña anexó Génova, Saboya y Niza. María Luisa de Francia se quedó con Parma y Piacenza. La infanta María de Borbón con Lucca. La Iglesia se reestructuró en torno a los Estados Pontificios. Fernando IV de Nápoles fue restituido en el trono de su reino. La archiduquesa de Austria ganó Toscana, y los ingleses recibieron la estratégica posesión de Malta.
En el mencionado contexto surgieron los carbonarios, una mezcla de elementos católicos conducidos por sus párrocos, bandoleros comandados por desertores y miembros de una sociedad secreta de corte francmasónico. Inicialmente los carbonarios surgieron en Nápoles, cuando el dominio napoleónico tornó en tiranía al mando del rey colocado por el pequeño corso, su cuñado, Joachim Murat; eran sujetos peculiares, se ganaron incluso el calificativo de anticlericales, porque sus intereses de reunificación de la península se oponía a las pretensiones terrenales del Sumo Pontífice.

El padre intelectual de Garibaldi fue Giuseppe Mazzini, nacido en Génova en 1808, ingresó en la sociedad carbonaria en 1830 y, en 1831 fundó la Joven Italia, una organización cuya finalidad principal era libertar y unificar la península itálica. Era un movimiento revolucionario esencialmente democrático, que procuraba dar al pueblo el derecho al autogobierno. Proyectaba un estado republicano unitario, pues temía que la federación pudiera mantener las divisiones entre las diferentes regiones italianas.

La influencia carbonaria y de la Joven Italia llega a Garibaldi cuando un día de 1833 –según relata en sus memorias- mientras se encontraba en una taberna del puerto ruso de Taganrog en el Mar Negro, recibió su primer enseñanza política, un sujeto a quien él identifica como el creyente le habló de los carbonari.

De regreso a Italia, dotado de un coraje personal asombroso, a Garibaldi nada le parecía imposible. Se unió a la Joven Italia y tras participar de los motines de Génova en 1834, una epidemia de cólera en Marsella, y la existencia de una sentencia de muerte del monarca de Piamonte pesando sobre él, provocaron que nuestro personaje decidiese tomar otros aires. Buen marinero, militante comprometido, admirador de Mazzini y de la Joven Italia, partió de Nantes a bordo del Nautonier, para desembarcar en Río de Janeiro en 1836. Allí encontró una activa colonia de exiliados italianos, una de tantas que existían desparramadas por las ciudades de América después de los levantamientos contra el dominio austríaco y las monarquías ultraconservadoras de Italia fruto de la restauración. En medio de los exilados encontró a Luigi Rossetti, carbonario, que hacía a las veces de periodista y corsario, combinación común en aquellos tiempos. Rosetti llevó a Garibaldi a hacer una visita a Tito Livio Zambeccari, un preso ilustre, hombre de siete oficios, ayudante de Bento Gonçalvez, ambos encerrados en la fortaleza de Santa Cruz en Río de Janiero, después de la derrota de los farrapos en la isla de Fanfa, en el rio Jacuí, Río Grande del Sur. Allí las afinidades itálicas, se resaltaron por su hermandad carbonaria de doctrina política liberal, formando una red de tramas subterráneas de lucha contra el absolutismo.
Garibaldi comulgaba con los principios republicanos farrapos, por lo tanto se unió junto a Rossetti a la Revolución Farroupilha, contra el Imperio que los Braganza habían construido en el Brasil. Tras la derrota de los Farrapos, continuó su lucha contra el absolutismo en el Uruguay, participando en la Guerra Grande, luchando contra Oribe, aliado de la tiranía –en el sentido griego de la palabra- del porteño Juan Manuel de Rosas. Agradecido por la acogida de los orientales sitiados, en poco tiempo juntó a sus coterráneos y formó la legión italiana que se tornaría legendaria en la historia del Plata; esta ilustre tropa de choque fue uniformada con una camisa roja (colorada), color que distinguirá posteriormente a los unificadores de la península itálica.

La lucha de Garibaldi contra Oribe, se desencadenó cuando la armada argentina comandada por el almirante Brown, atravesó el Río de la Plata, para auxiliar a Oribe, jefe del partido blanco y enemigo del presidente Fructuoso Rivera, caudillo de los colorados. A Garibaldi le fue ofrecido un elevado puesto en la Armada de la defensa, prácticamente inexistente.
Guerrero anfibio, Garibaldi era tan diestro sobre los barcos, como emprendiendo una carga a caballo. De este modo condujo también los combates de la legión, determinantes para alivianar la presión que sufría la capital de la república, a causa del asedio rosista.

Montevideo era por aquellos tiempos, como hemos señalado una ciudad sitiada; pero a su vez, cosmopolita, liberal, europea, vibrante. Según datos que nos aportan los historiadores, dos de cada tres habitantes en el Montevideo de la defensa eran extranjeros; existía una estrecha comunión entre los jóvenes colorados defensores de la independencia y viabilidad del Estado Oriental como entidad política independiente, y los liberales europeos que afluían a la que se había convertido –por oposición a la Buenos Aires rosista- en la capital liberal del Plata.  
Los avatares de la existencia humana hicieron que este ilustre ciudadano pasara a residir en nuestra capital y desde ella organizar una de las más heroicas ofensivas contra las tropas rosistas que asediaban la ciudad. Garibaldi, firme creyente de los principios republicanos, democráticos, independentistas, se sumó a la lucha contra la tiranía porteña y aportó sus ideas liberales al bagaje ideológico de nuestra sociedad.

Pero una vez más, el destino lo llamó a cruzar la mar océano, justo cuando la presión sobre la defensa era cada vez menor, y la balanza de la guerra se inclinaba a favor de los sitiados. En 1848 le llegó la noticia desde Italia que los pueblos europeos se estaban sublevando contra la tiranía. Y en ese mismo año Garibaldi regresó a Italia, dejando en la América a su amada Anita y plantando en la férrea resistencia de la defensa de Montevideo, la semilla de los ideales liberales traídos desde el viejo continente, que finalmente se impusieron sobre la tiranía rosista en la batalla de Montecaseros, 1851. De este modo se puso fin a la más cruenta de las guerras fratricidas y se dio paso a una sana reconciliación y a la aceptación -por parte de quienes querían que el Uruguay se integrase a otras entidades políticas- que el destino de la República era constituirse como Estado Independiente.

Garibaldi es pues más que una calle en Montevideo –muy deteriorada por cierto-, es más que un monumento en una plaza o un busto de bronce, Garibaldi es el nombre de un héroe de los pueblos libres de Europa y América, es el hombre, son las ideas. Recordemos pues, a 200 años de su natalicio, a un extranjero que supo comprometerse con la causa del Uruguay independiente, comprometámonos nosotros mismos con las causas que impulsó Garibaldi y sepamos continuar regando las semillas de libertad, república, independencia y democracia, que en tiempos de cruenta guerra, él implantó.

 

 

 

 

 
 
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