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Batlle y La Laicidad

            Pocas veces en la vida de nuestra República el asunto de la laicidad en la educación y en todas las esferas del Estado tuvo tanta actualidad como tiene hoy. En tiempos de Batlle esta misma discusión estaba en el tapete aunque desde otro punto de vista, probablemente él mismo se haya preguntado: ¿Por qué el Estado ha de ser laico? Encontró la respuesta en que, dentro de una misma sociedad (y más dentro de una sociedad aluvional como era la uruguaya en tiempos de Batlle) conviven múltiples credos, dogmas, religiones, doctrinas, etc. Estos aspectos entran en la esfera personal de la libertad del individuo, y el Estado democrático no puede ni debe ingerir en estos asuntos.

Batlle, al igual que Varela, iniciador de la corriente racionalista espiritualista en nuestro país, afirmaba la laicidad en la educación y en el Estado, esto quería decir en aquellos tiempos: separación de la Iglesia con el Estado uruguayo. De ninguna manera Batlle era ateo, como se ha afirmado muchas veces, él simplemente creía que la adscripción o la enseñanza de cualquier dogma, fuera de una religión positiva, de una negación de lo trascendental o de ciertos dogmas filosóficos, era algo que entraba en la esfera personal de los individuos y que el Estado debía respetar y defender a ultranza porque era (y es) parte de la libertad natural del hombre a elegir qué quiere creer y qué no quiere creer.
Una de las manifestaciones de esto es cuando propone la eliminación de “Dios” de ciertos juramentos públicos, (hecho atestiguado en el diario de sesiones de la Cámara de representantes del año 1892 págs. 360-361 y 363-364) decía Batlle en aquél entonces: “Haría moción para que se dijese simplemente ¿Juráis por la Patria desempañar bien y fielmente el cargo de Convencional para que habéis sido electo? Esto no quiere decir que yo no crea en Dios, pero es indudable que hay escuelas filosóficas como la positivista por ejemplo que no quiere ocuparse de Dios ni niega su existencia y otras escuelas como la materialista que niega la existencia de Dios en absoluto. […] Esta fórmula –la vigente entonces- es una imposición para aquellos que no creen en Dios o que no quieren afirmar su existencia ni negarla, es una imposición análoga que existe actualmente en nuestra Constitución con respecto al que cree en Dios pero no en la Iglesia Católica.Tal moción fue calificada como ultraliberal a lo que Batlle replicó: “…soy modestamente liberal. Y es liberal también no hacer que escuelas filosóficas completamente distintas a las que uno profesa tengan que abatirse ante una fórmula impuesta de antemano […] El positivista no quiere hablar de Dios […] porque dice que no es un asunto en que debe ocuparse. ¿Y por qué hemos de obligar nosotros al positivista a que jure por una entidad a la cual no quiere tener en cuenta su fidelidad a la Patria…[…] Creo en Dios: de manera que no sería ésta una imposición para mí; pero creo que es una imposición para los que no creen…”.
           
Como era en aquellos tiempos objeto de debate el asunto de la enseñanza o no de una religión positiva en las instancias educativas y la separación entre Iglesia Católica y Estado, hoy es tema de controversia la enseñanza de la historia reciente en centros educativos. Tal como creyó Batlle en su momento que el Estado no es nadie para dictarle a la gente qué creer y qué no creer, consideramos nosotros ahora como batllistas que el Estado (y un puñado de educadores que representan los intereses de la fuerza política que está en el gobierno) no puede enseñar su verdad, cual religión positiva, sobre los asuntos tan delicados de la historia reciente en nuestro país. La verdad que enseña el Estado es además una interpretación de los hechos, no es siquiera una cuestión fáctica, pues los hechos pueden ser enseñados como una verdad: nadie va a cuestionar que la Segunda Guerra Mundial ocurrió y que el Muro de Berlín cayó.

            Por ende, reivindicando la bandera del gran líder, cuyo natalicio número ciento cincuenta en este año conmemoramos, consideramos que, es una ingerencia intolerable la enseñanza de ciertas interpretaciones sobre los hechos de historia reciente en los centros educativos, pues es una clara violación al principio de laicidad que ha garantizado la libertad de conciencia de nuestros jóvenes durante más de un siglo y la cual debemos defender pues es uno de los elementos que garantiza el funcionamiento de la democracia en la República. La afirmación de la laicidad no es la negación de los hechos, sino que es una condena a las interpretaciones sesgadas y partidarias que de ellos se hacen, que conducen al adoctrinamiento de nuestras juventudes con el único fin de debilitar el sistema democrático liberal que tanto
 
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